Zero Waste, McDonals y Coronavirus

Nunca me imaginé vivir esta situación en la que en apenas en unos días “casi” todo se detiene y nos tenemos que meter en nuestras casas en cuarentena, no sin antes ser testigo de los revuelos en supermercados para hacer acopio de comida y otros bienes.

En ese momento me di cuenta de que seguir un estilo de vida Zero Waste ahorra en gran medida la dependencia con las grande superficies. Es un hecho bastante obvio que se explica con que el Zero Waste busca aquellos recursos y alimentos que generan un impacto ambiental mucho menor y que no están disponibles en este tipo de establecimientos. Por ejemplo: leche vegetal o yogures hechos en casa para evitar los tetrabrick o leche animal en envase retornable; pan y comida elaborada en casa para evitar ultraprocesados en envases plásticos; fruta y verdura de proximidad que venden agricultores directamente en grupos de consumo o fruterías de barrio donde se puede comprar la fruta y verdura sin envasar y con menor huella de carbono, por no hablar de cultivo de comida, etc, etc, etc.

Lo mismo pasa con bienes de cuidado personal como copas menstruales, compresas de tela, jabones elaborados en casa, envases y botellas reutilizables, etc, etc.

El Zero Waste pero también otras filosofías o estilos de vida como el minimalismo, la vida slow y low waste (bajo consumo) entre otras, tienen en sí mismos como objetivo una desmarcación o desvío del flujo habitual del consumo desbocado en el que se encuentra la sociedad actual, a favor de un consumo más consciente, respetuoso con las personas y con el planeta ¿Por qué? Porque hemos constatado que el actual ritmo y manera de consumir conlleva grandes consecuencias negativas. A saber: degradación de ecosistemas, merma de recursos naturales, contaminación del aire, tierra y agua, hiperproducción de residuos y un largo etcétera (y sin mencionar las consecuencias sociales).

De manera simple podemos decir que el capitalismo se basa en un sistema de producción y consumo y promueve el crecimiento económico. Así que para que el sistema funcione consumo y crecimiento tienen que crecer. Pero lo cierto es que no podemos crecer de manera infinita en un planeta finito. Dependemos de los recursos naturales para la producción y éstos son limitados. Aún si bien alguien quisiera defender que son recursos renovables, rápidamente podríamos contestar que hemos sobrepasado el tiempo de recuperación de la Tierra y que estamos en saldo negativo.

En palabras de Taibo (2001) “en el planeta disponemos de 51,000 millones de hectáreas, de las cuales sólo 12,000 millones son bioproductivas (1,8 hectáreas por persona). El espacio consumido por habitante del planeta es, sin embargo, de 2,2 hectáreas, por encima, pues, de las 1,8 que la Tierra pone a nuestra disposición. Un norteamericano precisa 9,6 hectáreas, un canadiense 7,2 y un español 5,7 por solo 0,8 un indio. Vivimos, en consecuencia, por encima de nuestras posibilidades”

Todo esto sin hablar de las consecuencias sociales que derivan de un capitalismo feroz en el que todo se acelera más y más para producir más y consumir más entrando en un bucle de cuanto más mejor, de crecimiento, prisas, velocidad y consumo.

¿Recordáis los Hombres Grises del cuento de Momo? Te ofrecían un sistema de ahorro del tiempo para que pudieses tenerlo disponible y no lo malgastaras y al final las personas no hacían sino trabajar cada vez más para conseguir ese tiempo ¿no parece de locos? ¿y no es acaso lo que nos pasa en la vida real? Vivimos a contrarreloj mientras se desarrollan trenes de alta velocidad, a la par que se aumenta la velocidad de internet, se instalan cajas autoservicio en los supermercados para no esperar la cola, se consumen hamburguesas que incluso puedes recoger y comer en el coche para no parar y perder el tiempo, tortillas de patata envasadas en plástico para ahorrar el tiempo en la cocina…

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Fast food, fast fashion, fast travel, obsolescencia programada, plástico de usar y tirar…

Un estilo de vida de consumo, despilfarro, contaminación, residuos y de prisas y más prisas.

¿Y dónde está el tiempo que nos prometieron? ¿dónde está nuestra vida, nuestras relaciones sociales, nuestro tiempo de ocio, nuestro tiempo de nutrición…?

Desacelerar el tiempo

Es aquí donde el Movimiento Slow, nacido en Italia en los años 80, aboga por una desaceleración de los tiempos, por disfrutar de la vida de una manera más pausada y por tanto desde un punto crítico respecto al consumismo. Nació de la mano del movimiento Slow Food, organización fundada tras una protesta ante la apertura de un McDonald’s en la Plaza de España, situada en Roma. La misma, además de defender las tradiciones regionales, la buena alimentación, el placer gastronómico, así como un ritmo de vida lento, tras dos décadas de historia, el movimiento ha evolucionado para dar cabida a una aproximación global sobre la alimentación, que reconozca las fuertes relaciones existentes entre nuestros alimentos, nuestro planeta, las personas, la política y la cultura1.  

McDonald’s representa un estilo de vida acelerado, globalizado, de usar y tirar

Desacelerar la vida permite cuidarla y disfrutarla.

Bajar el ritmo va de la mano de la reflexión y de una mayor conciencia ambiental, social, política y económica. Disfrutar del tiempo invita a llevar una vida más simple, más sobria y donde el centro no es el consumo, sino la convivencia, la solidaridad, el equilibrio. Una vida más pausada en la que se revalorice lo local y en la que prime reparar en lugar de reemplazar.

La hora del decrecimiento ha llegado2

Para evitar que esta situación de desequilibrio ambiental, social y económico siga en aumento se hace imprescindible un cambio de paradigma, un cambio de hábitos y de mentalidad. Es aquí donde la teoría del decrecimiento económico surge con fuerza como alternativa sostenible a la estructura en la que vivimos actualmente.

Decrecimiento significa poner la vida en el centro, esto es, a las personas y al planeta en el que viven junto con el resto de sus habitantes. Esto implica necesariamente que reconozcamos, por un lado, que las personas dependemos unas de otras (somos interdependientes) y que debemos cuidarnos; por otro lado, somos ecodependientes, es decir, dependemos de la Tierra ya que habitamos en ella y vivimos de ella.

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Se trata de crear una sociedad del decrecimiento en la que se pone el foco en el “buen vivir” a través de la vuelta a la vida simple, lejos del despilfarro, adoptando la premisa de que menos es más: trabajar menos para vivir mejor, consumir menos pero mejor (más ética, más calidad, más cercanía, etc.), producir menos residuos y reciclar más y mejor.

En una sociedad de decrecimiento la felicidad se busca en el encuentro con la otra persona, con la interacción social y no en la acumulación desenfrenada.

Solo así se puede recuperar el sentido del límite y de la proporcionalidad para alcanzar una huella ecológica realmente sostenible.

Y es que estamos a las puertas del colapso.

Según Woody Allen estamos en un cruce con dos vías, la de la extinción y la de la desesperación. La primera es en la actualmente nos encontramos. La segunda se sostiene en un crecimiento negativo (que nada tiene que ver con el decrecimiento) donde el agotamiento de los recursos aumentaría desproporcionalmente su valor siendo inalcanzables cada vez a más personas, generando más brecha social, hambre, guerra y pandemias.

La tercera vía es la del decrecimiento que supone desaprender para vivir en el mundo de una manera distinta3.

Quizás estos días de confinamiento por el Coronavirus nos sirvan para repensar el mundo en el que vivimos y si realmente merece la pena toda esa locura de prisas, producción y consumo que nos aleja de la gente que realmente nos importa y de nosotrxs mismxs.

Quizás sea el momento de reflexionar si realmente queremos dejar esta herencia de planeta enfermo a nuestras hijas.

Frenar, desacelerar, repensar…

Un cambio sereno y urgente.

El mundo se ha parado y tenemos una oportunidad única para reflexionar, para generar el cambio desde dentro, para sanar y prepararse para dar el siguiente paso: evolucionar.

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Taibo, C. (2011) El decrecimiento explicado con sencillez, Ediciones Catarata.

1 Extraído de www.slowfood.com

2-3 Del libro La hora del decrecimiento de Serge Latouche y Didier Harpagès


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